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¿A dónde van los muertos?

El Día de Muertos es una celebración mexicana y centroamericana que se lleva a cabo el día 2 de noviembre.

  

En 2003 la UNESCO declaró este día como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

 

Los antiguos mexicanos creían que las almas de los muertos seguían un rumbo determinado de acuerdo al tipo de muerte y no al comportamiento en la vida.

 

El Tlalocan o paraíso de Tláloc, era un lugar de reposo y abundancia.  Los predestinados a Tláloc dios de la lluvia, eran enterrados como las semillas para germinar.  Ahí se dirigían las personas cuya muerte estaba relacionada con el agua; como los ahogados, los que morían por efecto de un rayo, por enfermedades como la gota o la hidropesía, las sarna o las bubas y los niños sacrificados al dios.

 

El Omeyocan, paraíso del sol, representado por Huitzilopochtli, dios de la guerra.  Para los mesoamericanos era un privilegio habitar en el Omeyocan,  lugar de gozo permanente, en el que se halagaba y acompañaba al sol con música, cantos y bailes.  A este lugar llegaban los que morían en combate, los cautivos sacrificados y las mujeres que morían en el parto. 

Eran  enterrados en el patio del palacio, para que acompañaran al sol desde la cúspide hasta su ocaso por el poniente.  Este tipo de muerte provocaba tristeza y a la vez alegría, ya que, gracias a su valentía, el sol las llevaba de compañeras y después de cuatro años, volvían al mundo, convertidos en hermosas aves de plumas multicolores.

Para los aztecas  morir en la guerra era la mejor de las muertes.  Prevalecía en ellos un sentimiento de esperanza, debido a la posibilidad de acompañar al sol desde el amanecer y trascender convertido en pájaro.

 

El Mictlán, habitado por Mictlantecuhtli y Mictacacíhuatl, señor y señora de la muerte.  Era un lugar muy oscuro, sin ventanas, del que ya no era posible salir.  Para llegar al Mictlán, las almas tenían que transitar  un camino muy sinuoso y difícil, pasando por diferentes lugares durante cuatro años. Al término de los cuales, las almas llegaban al Chignaguamictlán, un lugar donde descansar.  El difunto era enterrado con un perro que le ayudaría a cruzar un río y llegar ante Mictlantecuhtli, a quien debía ofrecer éste atado de teas y cañas de perfume, algodón (ixcátl), mantas e hilos colorados.  Quienes iban al Mictlán recibían cuatro flechas y cuatro teas atadas con hilo de algodón, como ofrenda.

 

El Chichihuacuauhco, era un lugar muy especial al que llegaban los niños que morían. En él había un árbol de cuyas ramas destilaba leche para alimentarlos. Los niños que llegaban al Chichihuacuauhco volverían a la tierra cuando se destruyera la raza que la habitaba.  Así de la muerte renacería la vida.

 

Referencias:

Cultura. (2011). El culto a los muertos en México, una celebración ancestral. Patrimonio cultural, arquitectura y turismo. Comunicado No 2379/2011. México: Secretaría de Cultura. Recuperado de: http://www.cultura.gob.mx/noticias/patrimonio-cultural-arquitectura-y-turismo/16783-el-culto-a-los-muertos-en-mexico-una-celebracion-ancestral.html

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