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¿Cómo acompañar a un moribundo?

     Hablamos de duelo, de muerte y a veces nos olvidamos que existe una etapa que es el proceso de morir.  Los enfermos terminales o moribundos, están en la situación más vulnerable de su vida y necesitan toda la sensibilidad, afecto y amor de las personas que les rodean.  La persona que va a morir experimenta  una gran aflicción por lo que deja.  Los moribundos están perdiendo su mundo: su casa, su trabajo, su familia, sus amistades, su cuerpo y su mente.  Lo están perdiendo todo. En ocasiones se muestra reservada, no dice lo que piensa, y las personas que le acompañan no saben qué decir ni qué hacer.

 

     Lo principal, es disipar de la manera más fácil y natural cualquier tensión que pueda  existir en el ambiente.  Permitir que la persona moribunda pueda expresar sus pensamientos, temores y emociones sobre la muerte y el morir.  En otras palabras, permitirle desnudar su alma, con libertad absoluta y sin restricciones, es la clave de cualquier transformación, de hacer las paces con la vida y tener una buena muerte.  En las situaciones graves de la vida, resulta útil el sentido común y el sentido del humor,  para aligerar la atmósfera  y reducir la tensión.  Hay momentos en los que el moribundo lo puede convertir a usted en blanco de todos sus reproches y coraje.  No hay que tomarse nada personalmente.  A que evitar completamente  predicar y dar recetas espirituales al moribundo.  No es tarea de nadie convertir a la persona que va a morir, sino hay que ayudarle a contactar con su propia fuerza, confianza, fe y espiritualidad, sea cual fuere.  Las personas mueren como han vivido, como ellas mismas; hay que hacer un esfuerzo consciente para ver a las personas en relación a su propia vida, su carácter, su medio y su historia, para aceptarla sin reservas.

 

Manifestar amor incondicional

     Una persona a punto de morir necesita que le demuestren amor incondicional, libre de toda expectativa.  Quien acompaña, no necesita ser experto en nada, solo ser usted mismo, comunicarse con sencillez, de igual a igual, como un ser humano con otro ser humano.  Aunque en algunas situaciones, no es nada fácil. Porque existe una larga historia de sufrimiento con esa persona,  ya sea que nos sintamos culpables por lo que le hicimos en el pasado, o enojados y resentidos  por lo que nos hizo ella.

 

Hay dos maneras de liberar el amor que se siente hacia el moribundo:

La primera, es mirar al moribundo y pensar que es igual que usted, con las mismas necesidades, el mismo deseo fundamental de ser feliz y evitar el sufrimiento, la misma soledad, el mismo miedo a lo desconocido, las mismas zonas de tristeza, los mismos sentimientos de impotencia reconocidos a medias.  Sí realmente hace esto, se le abrirá su corazón hacia esa persona y el amor se hará presente.

La segunda manera, es ponerse en el lugar del moribundo, imagínese que está en esa cama afrontando la muerte.  Pregúntese ¿qué es lo que más necesito? ¿qué me gustaría más? ¿qué deseo del amigo que ha venido a verme?.  Con estas preguntas, seguro descubrirá que lo que usted más quisiera, es sentirse verdaderamente amado y aceptado. 

 

     Las personas que están enfermas anhelan que las toquen, que las traten como a personas vivas y no como enfermedades. Puede dar gran consuelo al enfermo, simplemente tomando sus manos, mirándole a los ojos, dándole un suave masaje, acunándole entre sus brazos o respirando al mismo ritmo que él.  El cuerpo tiene su propio lenguaje de amor, utilícelo sin temor y descubrirá que ofrece gran consuelo al moribundo.

 

Cuando vamos a morir, todas las pérdidas que podríamos tener en la vida, se combinan en una sola pérdida abrumadora, que nos lleva a experimentar las fases de un proceso de duelo hasta llegar a la aceptación de la muerte. De acuerdo con Elizabeth Kübler-Ross, se experimenta  la negación, rabia, regateo, depresión y aceptación.  Naturalmente, no todas las personas pasan por todas las etapas, ni en el mismo orden.  Lo esencial, es no reprimir  a la persona cuando manifieste estas emociones; con  aceptación, tiempo y paciente comprensión, las emociones se apaciguan poco a poco y devuelven al moribundo la calma, y serenidad. Recordar que la persona en trance de muerte, tiene bondad, surja la rabia o cualquier otra emoción, por repugnante que pueda ser en ese momento. No lo juzgue, si se concentra en esa bondad interior, conseguirá el control y la perspectiva para ser lo más útil posible. Trate a los moribundos como si fueran lo que a veces pueden ser; sinceros, llenos de amor y generosos.

 

Decir la verdad

     La mayoría de los enfermos, se enteran que van a morir. Hay que decirles la verdad de la manera más serena y sensible posible, antes de que lo noten por  el cambio en la atención que se le tiene, por las voces bajas y la evitación de ruidos, por la cara llorosa y apesadumbrada y seria de uno o varios familiares que no logran disimular sus verdaderos sentimientos.  La persona  que se está muriendo, instintivamente espera que los otros se lo confirmen.  Si no lo hacen, el moribundo puede creer que se debe a que sus familiares no son capaces de enfrentarse a la situación, y entonces se abstiene de abordar el tema.  Esta falta de sinceridad, sólo lo hará sentirse más aislado y más angustiado.  Decir la verdad, permite que el moribundo se prepare para la muerte, se le da la oportunidad de llegar a un entendimiento, transformarse, encontrar su fortaleza y el sentido de su vida. Afrontar las pérdidas y afligirse juntos, lleva a descubrir el profundo amor que hay entre ustedes y que permanecerá tras la muerte.

 

El miedo a morir

     Cuando se tratar de ayudar a un moribundo,  se  tendrían que examinar todas nuestras reacciones, puesto que esas reacciones se reflejan en las de la persona moribunda y contribuirán en gran medida a su beneficio o perjuicio.  No podemos ayudar a un moribundo sin reconocer cómo nos afecta y perturba su miedo a morir, que hace aflorar nuestros temores.  Acompañar a un moribundo, lleva a una profunda contemplación y reflexión sobre la propia muerte, cómo afrontarla y trabajar con ella. Examinar  sinceramente los propios miedos, nos ayuda  a madurar.  Es liberarse de temores, responsabilizarse de la propia muerte y encontrar en uno mismo una compasión ilimitada.  Ser consciente de nuestros propios temores sobre la muerte, nos ayudará  a ser conscientes de los temores del moribundo. 

 

Entre los temores de un moribundo están: el miedo a un dolor cada vez más fuerte e incontrolable, miedo a sufrir, a la indignidad, a la dependencia, a la separación de todo lo que ama, a perder el control, miedo a perder el respeto...

Generalmente cuando una persona tiene miedo se siente aislada, sola. La podemos acompañar, hablarle de nuestros propios miedos, poner los miedos en un contexto humano y universal.  De esta manera el moribundo puede afrontar sus propios miedos, hablar abiertamente de estos, y así se irán disolviendo. Uno de los temores que se puede disipar con más facilidad,  es el padecer intenso dolor físico, éste se debe reducir al mínimo, para tener una muerte pacífica.  Todo el mundo debería tener derecho a esta sencilla ayuda en ese momento agotador de tránsito.  El único requisito es, controlar el dolor sin enturbiar la conciencia del moribundo, que pueda morir tan lúcido y sereno como sea posible.

 

Los asuntos por resolver

     Los asuntos sin resolver, son otra fuente de angustia para el moribundo, que le impide morir en paz.  Las personas se aferran a la vida y temen soltarse y morir porque no han llegado a la aceptación de lo que han sido y hecho. Y cuando una persona muere albergando sentimientos de culpa o de enemistad hacia otros, quienes le sobreviven sufren aún más profundamente su aflicción.  Nunca es demasiado tarde para encontrar maneras de perdonarse, incluso cuando ha habido enormes dolores y malos tratos.  El momento de la muerte, tiene la grandeza, solemnidad e irrevocabilidad que puede llevar a las personas a replantearse todas sus actitudes y mostrarse más receptivas y dispuestas a perdonar, lo que antes les parecía imposible.

 

La despedida

     Hay que aprender a dejar ir tanto las tensiones, como al moribundo.  Si usted siente apego y se aferra a la persona que va a morir, puede causarle mucho dolor innecesario y hacerle mucho más difícil soltarse y morir en paz.       

     A veces el moribundo vive muchas semanas o meses más de lo que los médicos suponían, y experimenta gran sufrimiento físico. De acuerdo con Christine Longaker para que una persona pueda soltarse y morir en paz, se le tiene que dar el permiso de morir y asegurarle que saldrán adelante después de su muerte, que no debe preocuparse por ellos. Hablarle con la más profunda y sincera ternura

“Estoy aquí contigo y te quiero. Estás muriéndote, y eso es completamente natural; le ocurre a todo el mundo.  Me gustaría que pudieras seguir aquí conmigo, pero no quiero que sufras más. El tiempo que hemos pasado juntos ha sido suficiente, y siempre lo tendré como algo precioso. Por favor, no sigas, aferrándote a la vida.  Déjate ir.  Te doy mi más sincero y pleno permiso para morir.  No estás solo, ni ahora ni nunca. Tienes todo mi amor”. 

 

     No sólo la persona que está muriendo debe aprender a soltarse, también su familia, teniendo en cuenta que cada miembro de la familia está en diferente fase de aceptación.  Se debe dejar ir con delicadeza y con absoluta verdad.  En el caso de los niños, no hay que hacerles creer que la muerte es algo extraño y terrorífico. Déjelo participar, en la medida de lo posible, en la vida de la persona que va a morir, y responda con sinceridad a las preguntas que pueda hacerle.  Anime al niño a rezar por la persona moribunda, así sentirá que realmente está haciendo algo por ayudar.  Y después de que se produzca la muerte, asegúrese de que le da al niño toda la atención y afecto especial que necesitará  durante ese proceso.

 

Una muerte en paz

     Siempre que sea posible la persona debe morir en casa, en un ambiente familiar.  En muchas ocasiones, es un tema que no se habla previamente dentro de las familias,  y en el  momento de la agonía, los familiares toman la decisión de llevarlo al hospital, por no saber cual era el deseo de la persona moribunda.  Si es inevitable, que la persona esté en una sala de terapia intensiva, morirá sin intimidad, y a la vez lejos de las personas que ama, conectada a monitores, en donde le harán intentos de reanimarla cuando deje de respirar o se le pare el corazón.

     Cuando la persona está  en las últimas etapas de la muerte, se debe procurar suspender inyecciones y todos los procedimientos médicos agresivos que puedan provocar ira, irritación y dolor.  Es importante hablarle con frecuencia y con ánimo positivo a una persona en coma o moribunda.  La atención consciente, alerta y activamente amorosa hacia la persona en trance de morir debe mantenerse hasta los últimos instantes de su vida; hacer que la transición de la muerte resulte tan fácil, indolora y pacífica como sea posible.  Una muerte pacífica es un derecho humano esencial. No existe mayor don de caridad, que ayudar a una persona a morir bien.

 

Referencia: Gaffney, P. & Harvey, A. (1994). El libro tibetano de la vida y la muerte. Barcelona: Ediciones Urano.

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