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¿Con la muerte se desvanece la vida?

     La muerte es universal, pero la manera de tratarla es sustancialmente diferente en el seno de cada sociedad. Tanto el sentido del morir, como sus rituales son distintos. A lo largo de la historia se ha caracterizado a la muerte de maneras y procesos distintos en cada civilización.

 

     El duelo es una respuesta universal ante el sentimiento de pérdida. Los rituales que le acompañan tienen una función social, como expresión externa de las emociones. Sin embargo la crisis de valores en las sociedades industrializadas conlleva a eludir el sufrimiento y la muerte. Anhelamos el disfrute inmediato y el gozo sin límites. Hasta el punto de que la muerte, aún estando presente a los largo del devenir del ser humano, nuestra sociedad la ha convertido en un tema tabú. No queremos sentirnos próximos a ella. Nos angustia el sentimiento de pérdida de la vida, por muy conscientes que seamos de que nacemos, crecemos y morimos. Con la muerte la vida se desvanece. Morir es despedirse, cortar ataduras, separarse de los vínculos que hemos hecho a través de nuestra vida.

 

     Alrededor del fenómeno de la muerte existen diferentes creencias y ritos. Entre estas creencias el temor a los muertos, que determina culturalmente las ceremonias rituales y los duelos. Desde la época prehistórica, el ser humano ha dado especial atención a sus muertos, cuidando la forma en que había de tratar sus cuerpos y el lugar donde depositarlos, así como los rituales que realizaban.

 

     La necesidad de realizar conductas específicas alrededor de los muertos se debe a la aparición de determinadas creencias en relación con la muerte y especialmente con la posibilidad de supervivencia más allá de la misma.

 

Los egipcios embalsamaban los cadáveres porque creían que el cuerpo debía cuidarse porque el espíritu lo dejaría temporalmente reencarnándose en ave, pero volvería al cuerpo y si no lo encontraba el espíritu se extinguiría.

 

En india se practica la cremación, y cuando el fallecido pertenece a una orden ascética “Kapale-Kriya”, quiebran su cráneo antes de la incineración para que el espíritu salga por la décima abertura, esto es la sutura sagital o hendidura de Brahmma.

 

Los celtas e íberos de la Península, incineraban a sus muertos y guardaban las cenizas en una urna que enterraban con sus pertenencias. Dejaban un agujero en la tumba, llamado “agujero del alma” para que el espíritu del fallecido saliera y entrara en ella.

 

     Estos ejemplos, ponen en evidencia que desde siempre, el cuerpo del familiar fallecido ha recibido un trato especial, porque creían en la continuidad de la existencia en otra dimensión. Todo ello se podría entender como una explicación mágica individual de los procesos del duelo, que llevan a la persona a confundir el deseo profundo de reunión con el difunto con la percepción de su presencia en otro mundo. Esto se refuerza, por la presión del pensamiento colectivo, es decir, que muchas personas que habían sufrido idénticas experiencias de pérdidas, llegaron a las mismas conclusiones, lo que ha dado origen a creencias colectivas de la realidad de un mundo de los espíritus.

 

     Hoy en día la sociedad occidental dedica un día al año al culto de los muertos. La sociedad entera se moviliza, se gasta enormes sumas de dinero en flores, con el deseo de apaciguar y conectar a sus muertos “vivientes”. Es decir, que ”animamos” a nuestros muertos y les creemos capaces de sentir, ofenderse y desear. Como una tendencia natural ante las vivencias de una realidad tan fuerte como es afrontar la muerte.

 

Fuente: Pacheco, B.G. (2003). Perspectiva antropológica y psicosocial de la muerte y el duelo. Cultura de los cuidados.

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